jueves, 25 de diciembre de 2008

La Izquierda ante el cambio del ciclo

Confirmando el sambenito que se cuelga a los bisiestos, 2008 pasará a la historia como el año en que estalló la mayor crisis económica de la época reciente. Pero reducirlo a eso sería injusto, pues 2008 también es el año de la prodigiosa victoria de Barack Obama. Un acontecimiento tan excepcional como el estallido de la crisis global, aunque de signo radicalmente opuesto. Y esta rara coincidencia en el tiempo de ambos hechos históricos permite aventurar que quizá no sea casual. Es posible que tanto la crisis como el landslide electoral sean producto de un seísmo estructural de los EE UU, dislocados por los efectos del ciclo neoconservador que se inició en 1968 con la elección de Nixon. Es posible que, sin el clima excepcional de crisis aguda del sistema, la elección de un negro como presidente no se hubiera producido. Y es posible también que, dada la gravedad sistémica de la crisis, sólo un presidente tan extraordinario como lo es Barack Obama pueda gestionar su futura resolución con ciertas esperanzas de éxito. Por eso tenemos derecho a pensar que en 2008 se ha producido un cambio histórico de ciclo.

Se ha dicho que el siglo XXI comenzó con la caída del Muro de Berlín que puso fin a la guerra fría o con la caída de las Torres Gemelas que inició la llamada guerra contra el terror. Pero con iguales o mejores razones podríamos decir que el siglo XXI ha comenzado en 2008. La coincidencia de la crisis financiera con la elección de Obama ha supuesto el final del ciclo económico-político iniciado en 1968 con la elección de Nixon bajo el síndrome de la guerra de Vietnam. Entonces se puso fin a la era de predominio estatal, demócrata y keynesiano abierta 40 años antes con el New Deal de Roosevelt y concluida con la Great Society de Kennedy-Johnson. Mientras que a partir de 1968 se inició un nuevo ciclo opuesto al anterior, caracterizado por la primacía del mercado, del ultraliberalismo y del pensamiento neoconservador, bajo la égida de los presidentes republicanos Nixon, Reagan y Bush. Y por eso, el acceso a la presidencia de alguien tan excepcional como Barack Obama, en medio de una crisis económica sin precedentes y bajo el síndrome de la guerra de Irak, parece augurar el comienzo de un nuevo ciclo antitético y contrapuesto al anterior: un ciclo de nuevo estatal, keynesiano y progresista, aunque no necesariamente izquierdista.

¿Qué posibilidades hay de reconstruir la izquierda, al hilo de este cambio de ciclo económico-político abierto en 2008? Aparentemente, no demasiadas. La izquierda está literalmente arrasada en toda Europa, sin que el Reino Unido y España supongan ninguna excepción. Por su par

-te, la izquierda latinoamericana está degenerando hacia el peor autoritarismo populista. Y en cuanto al movimiento altermundista, continúa dejándose seducir con demasiada frecuencia por el estéril nihilismo de la violencia antisistema, dado el atractivo mediático de disturbios como los de Atenas o las banlieues parisinas. Por eso, la mejor forma de entender el actual marasmo de la izquierda es explicarlo como un final de ciclo. En efecto, la izquierda actual todavía continúa afectada por los efectos retardados de Mayo 68: aquel festival político improvisado en el mismo año que alumbró la elección de Nixon. Y es que su impacto mediático fue tal que en seguida se revistió con el carisma o la aureola del método infalible, dada su demostrada eficacia movilizadora. De ahí que, inmediatamente, todos los movimientos sociales y políticos de la izquierda europea se convirtieran en emuladores de Mayo 68, pasando a imitar sus nuevos repertorios movilizadores y discursivos.

El método Mayo es otra muestra de la "estetización de la política" atribuida por Walter Benjamin al fascismo de entreguerras. Lo que el fascismo de hace 80 años significó para la derecha como método de movilización política es lo mismo que 40 años después significó Mayo 68 para la izquierda, haciendo de la lucha política una función de teatro mediáticamente movilizadora, que busca el golpe de efecto espectacular para atraer la atención del espectador. Pero por eficaz que parezca a primera vista, el problema de la espectacularización política es que cae víctima de un esteticismo estéril y gratuito. De ser un medio puesto al servicio de fines políticos, el método movilizador tipo Mayo 68 se autonomiza para convertirse en un fin en sí mismo. Ya no hay estrategia política de largo plazo (¿qué objetivos buscamos alcanzar con nuestra movilización?) sino sólo táctica movilizadora de corto plazo: ¿qué repertorio es más eficaz para interesar a los medios informativos? Y la movilización degenera hasta convertirse en miope activismo gratuito, que se desentiende de cualquier contenido político (organizar bases sociales, crear redes de solidaridad, defender intereses y derechos) para concentrarse en la busca de titulares de prensa cada vez más impactantes. De ahí la deriva activista de Mayo 68 y sus secuelas hacia una escalada de la transgresión que, como el fascismo de entreguerras, acabó por caer en el terrorismo nihilista. Una deriva que en el mejor de los casos, aun renunciando a la violencia, no supo evitar la compulsión antipolítica que define a la izquierda puritana, libertaria o exquisita.

Cuarenta años después, aquellos polvos han traído estos lodos. Al dejarse contagiar por la miope eficacia movilizadora del método Mayo, mediáticamente provocador pero políticamente estéril y gratuito, la izquierda europea ha ido perdiendo su hegemonía cultural sobre sus bases sociales tradicionales (clases trabajadoras y segmentos sociales progresistas) hasta dilapidar sus antiguas redes de confianza y capital social. Todo por culpa del abandono de una estrategia política basada en el reforzamiento organizativo de los partidos de clase como partidos de masas para pasar a concentrarse en la lucha mediática por el control de la opinión pública, dentro de lo que Sartori llama "videopolítica" y Bernard Manin "democracia de audiencia". Hora es de que cese esta deriva mediática y la izquierda recupere su sentido de la política.

Por eso es de esperar que la experiencia de 2008, con la crisis económica y la elección de Obama como catalizadores, permita a la izquierda superar su crítica decadencia e iniciar un nuevo ciclo de ascenso y recuperación. Un nuevo ciclo de acumulación política en el que, renunciando al fallido repertorio transgresor de Mayo 68, vuelva a rehacer sus fuerzas movilizadoras reconstruyendo nuevas redes de confianza y capital social. Y ello, además, según el eficaz ejemplo que ha dado la victoriosa plataforma de Obama, que logró movilizar en un solo movimiento unitario a fuerzas tan heterogéneas como los latinos, los afroamericanos, las feministas o los trabajadores amenazados por la crisis económica. Pues bien, eso mismo tendría que hacer la izquierda europea. En lugar de encerrarse en sí misma según el ejemplo del socialismo francés, étnicamente limpio frente a unas bases sociales tan multiculturales como las francesas, habría por el contrario que abrir la izquierda a la representación de los auténticos trabajadores que son los inmigrantes de múltiples procedencias: latinos, eslavos, magrebíes, africanos, asiáticos. Pues sólo así, construyendo desde abajo redes interculturales y pluralistas de confianza mutua y solidaridad colectiva, podrá la izquierda enfrentarse con éxito a la crisis económica, como condición necesaria y suficiente para recuperar su capital social, recrear su poder de convicción y diseñar una nueva estrategia política.

Enrique Gil Calvo, profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
Artículo aparecido en
elpaís.com

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